Pilar Phillips, Alumni Trabajo Social UAH: “La única forma de sobrevivir en el contexto neoliberal actual es la comunidad. Avanzar desde los vínculos, los afectos, el respeto y la empatía”
Por: Patricio Aguilera Zulantay, Alumni Periodismo UAH.
Ha liderado proyectos con un fuerte componente social en Chile y el extranjero. Trabajó en Techo para Chile, en Haití junto a Fundación América Solidaria, en ministerios, instituciones públicas y privadas. Actualmente es asesora de la Administración Regional del Gobierno Regional Metropolitano, Perito Social de la Defensoría Penal Pública y co-creadora de Fundación Ann Pale y Escuela Popular Joane Florvil.
Como trabajadora social has podido llegar a lugares e instituciones muy relevantes, y gran parte de ese logro tiene relación con tu propia actitud, motivación y compromiso personal. ¿Cómo se fue incorporando ese chip movilizador en ti?
Yo llegué a Trabajo Social por casualidad. Siempre quise estudiar teatro, estaba muy perdida a los 18 años. Entré a estudiar Bachillerato y después a Trabajo Social por cierta intuición. Porque hay mucho prejuicio sobre esta carrera; que una es la señorita que entrega la caja de mercadería o que tenemos lógicas asistenciales, pero no es así. Es una carrera profesional que implica una transformación social, no solo ayudar a otros, sino apostar por un horizonte de transformación de una sociedad más justa, más humana, más equitativa. He tenido la oportunidad de posicionar el trabajo social en lugares donde no han llegado, y generar esta visión desde el trabajo comprometido con los más vulnerables de la sociedad.
Gran parte de lo que nos moviliza es pensar o soñar con futuros posibles, y también reconociendo aquellas falencias que queremos solucionar. En tu caso, ¿cómo ves el panorama social actual? ¿Qué buscas enfrentar?
Estamos en un momento super complejo, de mucha polarización, de avance fascista. El racismo que preocupa profundamente; la discriminación, la violencia, cómo se instala la seguridad desde una perspectiva de contraposición con un otro. Veo un escenario que implica nuevos desafíos profesionales, pero por sobre todo sociales y de concientización colectiva. La única forma de sobrevivir en el contexto neoliberal actual es la comunidad. Avanzar desde los vínculos, los afectos, el respeto y la empatía. Sueño con un futuro en el que podamos ser mucho más amables, más empáticos, más tolerantes y entender que la diferencia no es una amenaza en todos los sentidos, sino que son oportunidades de encontrarnos y ser mejor sociedad.
Tu camino profesional ha sido muy diverso. Cuéntanos en qué lugar estás trabajando en la actualidad.
Soy asesora de la administración regional del Gobierno Regional. Junto con el equipo nos encargamos de toda la ejecución o del seguimiento político-técnico de los proyectos del Gobierno Regional. Son más de 700 proyectos. En lo particular, mis temas de conocimiento son la gestión de proyectos y acompañar el proceso, pero también temas como el agua, migración, seguridad y urbanismo. Cumplo un rol asesor y acompañamiento de un equipo de 200 personas. Yo no milito en ningún partido político, pero soy muy política, un sello de la UAH. Me comprometo por un tipo de sociedad con la que uno sueña. Uno se la juega por construir eso.
También sigues siendo voluntaria y creadora de proyectos personales. ¿Qué espacios e iniciativas destacarías?
Quiero valorar lo que hace la Fundación Joane Florvil, escuela popular para enseñanza de español a mujeres haitianas. Yo trabajé en su caso, muy conocido en Chile, y como soy creole parlante, me toca ir a la cárcel, a los hospitales psiquiátricos, donde hay tortura, donde hay vulneración grave de derechos. Y uno de los casos fue el de Joane. También destaco a la Fundación Ann Pale, ONG enfocada en la lucha contra el racismo y toda discriminación.
El racismo es un tema que buscas enfrentar personal y profesionalmente. ¿Qué reflexión te genera este desafío global?
Las mujeres seguimos sufriendo de manera diferenciada. No es lo mismo ser migrante haitiano que peruano, o ser mujer, migrante y afrodescendiente en nuestro país. Como dice Emilia Tijoux, el racismo opera biopolíticamente, dejando morir o vivir a ciertos cuerpos sobre otros.
Pudiste trabajar en Haití junto a América Solidaria. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Con qué aprendizaje llegaste de nuevo a Chile?
A Haití llegué con todo mi conocimiento, con todas mis ganas, pero llegué a un país que me dio vuelta. Las concepciones de familia eran distintas, era otra cultura, otra cosmovisión, otra concepción del tiempo. Todo lo que yo había aprendido tuve que dejarlo en un cajón para resignificar a través de los zapatos del otro. Esa es la interculturalidad: no sumar a personas a un espacio para decir que somos interculturales, sino que soy capaz de salirme de mis patrones y mirar al otro desde sus lógicas, y darle un lugar.
En ese país, y también de retorno en Chile, has podido trabajar en torno al agua, un derecho al que muchas personas siguen sin tener acceso. ¿Cuál es el panorama en nuestro país?
En Chile somos el único país donde tenemos separado el agua de la tierra, y eso sumado a la escasez hídrica, genera que el agua quede solo para algunos. Por eso teníamos la esperanza en la nueva constitución, donde se garantizaba el agua como un bien de uso público real. Hoy en día, hay 1 millón y medio de personas que no tienen acceso a agua potable, y esas personas no están en zonas con escasez hídrica. Siempre lo digo. Están en zonas pobres del país: Araucanía, Bobio y Los Lagos; zonas de comunidades indígenas, dispersas o semi concentradas donde la política pública y los programas sanitarios rurales no llegan.
Enfrentada diariamente a distintas problemáticas, ¿qué salida ves? ¿Cómo enfrentamos estas dificultades que nos convocan a todas las personas?
Yo creo que hay un problema de modelo, un neoliberalismo en el cual nos han socializado, y que no es de ahora, sino que viene de la constitución de Chile como un Estado-Nación, colonial, racista y clasista, anulando nuestro proceso de aprendizaje. Frente a eso, tenemos que hacer consciente el que hemos sido criados con esos patrones, desaprender y abrirnos de nuevo.
Por último, no podemos dejar de lado tu paso por la UAH y cómo te impactó en tu trayectoria profesional. ¿Qué elementos fueron construyendo tu mirada?
Fue un excelente periodo de mi vida, por varias razones, principalmente extra-académicas. Participé en varias instancias de la universidad: estuve muy involucrada en el Centro Universitario Ignaciano (CUI), participando en trabajos de invierno, verano, en la reconstrucción post terremoto 2010. Fue muy importante, desde esa diversidad, conocer a compañeros de otros credos, de otras formas y maneras de pensar. Me hizo mejor persona. Para mi ha sido un mandato ético ser la mejor profesional posible. No por mi, por ego personal, sino porque trabajamos con personas de alta vulnerabilidad que necesitan profesionales de excelencia.
Eres una de las personas que dieron forma al Centro Universitario Ignaciano (CUI), un espacio que ha marcado la vida de muchos estudiantes y comunidades. ¿Qué sensaciones te genera el ver cómo ha evolucionado el CUI hasta el día de hoy?
Como el 2005 teníamos una pastoral chiquita; éramos como seis personas. Nuestro foco era organizar trabajos de inviernos y veranos porque no había. Al comienzo se llamaba proyecto Pencahue; íbamos a esa comunidad, hacíamos talleres, construcción, misiones. Y con el tiempo lo fuimos profesionalizando y separando un poco. Ver hoy al CUI, cómo han impactado y con la cantidad de personas, con proyectos en la población Los Nogales, con Zanmi, me llena de orgullo.
En estos 25 años de la Universidad Alberto Hurtado, el nuevo lema es “Universidad para el bien común”. ¿Cómo definirías este concepto? ¿Qué reflexión te genera?
Es un concepto en construcción, el bien común es un proyecto que tenemos que construir en conjunto. Creo que los desafíos sociales a los que nos enfrentamos son enormes, y vuelvo a la dinámica de pensar en los otros; aportar a una sociedad más justa e inclusiva, porque ya no nos queda tiempo.