Fuente: Le Monde Diplomatique
A 51 años del golpe militar y civil, se hace imprescindible no olvidar la historia y memoria de nuestro país. La dictadura militar ha dejado cicatrices eternas en Chile, en las familias y en las personas que sufrieron vulneraciones en sus derechos fundamentales. Tantas y tantos que han dejado este mundo buscando a sus seres queridos, exigiendo justicia y reparación.
Ni la justicia, ni la reparación se han alcanzado plenamente, debido al silencio cómplice de los perpetradores, quienes siguen libres o han muerto sin ser juzgados, esta es una deuda histórica que aun enluta a nuestro país. Esto no solo es doloroso y vergonzoso, sino que tiene una tremenda complejidad, ya que se pide a las víctimas perdonar, pero ¿a quién pueden perdonar si no se ha presentado la posibilidad de saber la verdad? Se torna así en un escenario oscuro e impredecible en donde el entendimiento y el perdón se hace imposible, pues la verdad no tiene voz, no emerge de un rostro, por lo que el dolor persiste y el pasado siempre se conjuga en tiempo presente. No podemos olvidar los sufrimientos de las familias de las personas ejecutadas políticas y detenidas desaparecidas, además de todas aquellas personas que experimentaron la detención forzosa, la tortura, el exilio y la relegación. Esta es una herida abierta que no cerrará hasta que se realice una reparación histórica de justicia y memoria.
El ejercicio de la memoria trae al presente y nos otorga identidad, pertenencia. Nos muestra desde donde venimos para iluminar el presente, sin dejar que el olvido naturalice y nos despoje de lo que somos y hemos sido. Por eso cada 11 de septiembre volvemos a recordar la impunidad de aquellos años donde era imposible que operara la justicia y donde se negaban a los desaparecidos bajo el concepto de presuntos. A esto se agrega los montajes por parte de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y la Central nacional de inteligencia (CNI), además de la censura a los medios de comunicación que se les prohibía informar la verdad.