La lectura del plan para el regreso escalonado a clases hace pensar que el consejo asesor carece de integrantes expertos en infancia y educación, o que, fueron desoídos y que sólo primaron cuestiones técnicas, propias de manejo sanitario. ¿Es posible imaginar a nuestros niños pequeños y adolescentes rigurosos en la mantención de la distancia social, inmóviles en sus salas, uno mirando la espalda del otro durante toda la clase, muy dinámica por cierto escuchando al profesor tras su mascarilla e interviniendo ellos tras la propia? ¿Los imaginan 5 horas seguidas tolerando mascarillas en sus caras, descubriendo que alguien no tiene, o que se la escondieron, o la perdió, o se rompió? Imagino escuelas con mascarillas de repuesto cuando mil veces no hay ni lápices, y hoy menos mascarillas apropiadas (porque no puedo privar del acceso a la educación por no tenerla). ¿Los imaginan obligados a mantener la lógica de clases expositivas toda la mañana -porque de trabajo colaborativo, en parejas o grupos no podemos hablar con distanciamiento social en la sala- y cómo podrá un docente ayudar a su estudiante que no entendió algo si no se puede acercar?.
Los imagino pausados al escuchar el timbre o campana saliendo ordenadamente a recreo diferido, manteniendo distancia social en la sala y el patio. Conversando desde lejos. Jugando a la pelota sin toparse. Mención aparte merece la medida relativa a no superar los 20 estudiantes por sala, solo desde la perspectiva del problema de infraestructura y dotación docente que supone implementarla, sin considerar la forma en que afecta a las comunidades y cursos.
Una gran película de ficción que omite la naturaleza de la infancia, de la docencia y de la escuela, seres y espacios sociales por definición. ¿Es necesario arriesgar la salud y la vida por el capricho de una cobertura curricular presencial urgente? ¿De verdad tenemos urgencia de clases expositivas en la escuela y encontrar la forma de reforzar en la escuela todo lo que hemos venido tratando de cambiar para lograr aprendizajes significativos? El excesivo control, la rigidez, el trabajo frontal e individual, el foco en ‘pasar la materia’ (cobertura curricular) en lugar del aprendizaje, la primacía del cumplimiento del estándar, el mandato y rendir bien la cuenta, en lugar de proteger a nuestros niños y docentes y hacer de la escuela el espacio de contención y desarrollo integral que nos prometimos. Nos estamos perdiendo la evidente oportunidad de reinventar de una vez por todas la escuela, de hacerla posible en estas condiciones impensadas e inciertas. Miles de escuelas y docentes se habían ya dado a la tarea de pensar profesionalmente ‘fuera de la caja’ e idear estrategias adaptativas. Imagino ahí el esfuerzo, en el apoyo al sistema educativo, a las escuelas y a los docentes para resignificar una escuela y una docencia en tiempos de pandemia, en lugar de forzar a hacer retroceder la escuela o negarle su naturaleza, a partir de las mismas creativas respuestas que las propias comunidades estaban empezando a desplegar antes de estas forzadas e injustificadas vacaciones.
Felizmente, antes de iniciar el inviable plan deben cumplirse 3 condiciones. Todas ellas relativas a cifras emanadas por la autoridad, por ejemplo, 14 días de reducción sostenida de casos. Pero no tenemos datos confiables. Ya no es película de ficción. Se asemeja pronto a otro género. La sensatez en este momento podría proteger a nuestros niños y maestros y a la vez ser precursora del impulso que necesitamos para usar este tiempo en potenciar la confianza en nuestros docentes, conocer sus propuestas, sus experiencias tras un mes de probar enseñar a distancia, sistematizarlas, identificar espacios de mejora, identificar buenas prácticas y difundirlas en un esfuerzo colaborativo que podría transformarse en el germen del cambio educativo que hemos demandado insistentemente por décadas.
Andrea Ruffinelli
Académica Facultad de Educación
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