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Fuente: La Tercera Cuando hablamos de productividad, parece que la receta es simple y fácil de implementar: “Aumentemos la cantidad producida con los recursos que ya estamos utilizando”. Sin embargo, […]
Fuente: La Tercera
Cuando hablamos de productividad, parece que la receta es simple y fácil de implementar: “Aumentemos la cantidad producida con los recursos que ya estamos utilizando”. Sin embargo, esto se vuelve difícil de aplicar cuando nos enfrentamos a situaciones del mundo real y debemos adaptarnos a un entorno cambiante.
Teniendo en mente el concepto de productividad, previamente definido, es importante distinguir entre dos situaciones clave. Primero, la productividad a corto plazo. ¿Cómo podemos generar impactos inmediatos con cambios simples, pero que nos permitan observar resultados rápidamente? En segundo lugar, ¿cómo abordamos lo que realmente es significativo en las organizaciones y en la economía en su conjunto? Esto implica realizar cambios que, aunque puedan demorar en mostrar resultados, logren que los factores productivos sean más efectivos a largo plazo.
Buscar cambios automáticos o soluciones mágicas es complicado. Es probable que ya hayamos recorrido el camino en busca de la fórmula que nos permita aumentar la capacidad de producción sin cambiar significativamente los recursos disponibles. Hemos optimizado nuestras organizaciones internas, puesto a los trabajadores más productivos en los mejores puestos, y si no lo hemos hecho, probablemente los efectos serán marginales.
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