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Más pruebas de que necesitamos una nueva educación sexual

Fuente: Ciper La semana pasada se conoció una noticia que generó cierta conmoción en la opinión pública: estudiantes de un colegio privado capitalino, formador de parte de las élites del país, habían […]

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Fuente: Ciper

La semana pasada se conoció una noticia que generó cierta conmoción en la opinión pública: estudiantes de un colegio privado capitalino, formador de parte de las élites del país, habían difundido imágenes de compañeras adolescentes desnudas creadas con inteligencia artificial. El incidente ha adquirido resonancia casi tres meses después de haber ocurrido, pues los apoderados de una de las afectadas interpusieron un recurso de protección contra las autoridades del colegio Saint George’s por su manejo del caso. Un fiscal está ya a cargo de la investigación.

Creer que un caso así sucede por primera vez en Chile o atribuir lo sucedido a otra expresión de la violencia machista en los espacios educativos parece reducido, e impide afinar la pregunta sobre el por qué persiste la ocurrencia de este tipo de agresiones, y qué pueden hacer los programas de educación sexual escolares por evitarlo. Como cualquier violencia, el machismo, la misoginia y el acoso obedecen a normas sociales que se reproducen siempre de una manera particular y situada, pues responden a normas sociales complejas que establecen qué es lo que un sujeto puede hacer o no, y qué beneficios recibe por respetar una determinada norma.

No deja de ser interesante que esto haya ocurrido en un establecimiento católico que en la historia reciente del país ha sido conocido por sus experiencias de inclusión [D’AGOSTINO y MADERO 2023]. El que allí se eduque a la clase alta del país probablemente explica la resonancia mediática del caso, pues la circulación virtual de fotos no consentidas es una práctica recurrente del acoso escolar actual [PARDO-GONZÁLEZ y SOUZA 2022]. En cambio, la idea de ser un colegio diferente (supuestamente abierto o progresista) puede explicar tal vez el por qué no hubo ningún tipo de dispositivo formativo que hubiera evitado lo que ocurrió, porque la idea misma de «apertura» afecta la manera en que se piensa la sexualidad adolescente y la educación sexual respectiva: lo que se ve y lo que se deja de ver.

En mi experiencia como investigador doctoral tuve la oportunidad de conocer varias instituciones con características similares, con mayor o menor grado de conservadurismo declarado. Al preguntar sobre la educación sexual que promovía cada una de ellas, se observaba siempre un debate interno que operaba sobre dos ejes: cómo educar católicamente la sexualidad, y cómo no hacer lo que otros hacen. En el primero de los casos, la tensión entre un discurso magisterial católico y las normas sobre la sexualidad que movilizan la cultura contemporánea da pie a largas discusiones, con respuestas que muchas veces operan de modo inestable [ASTUDILLO 2020]. Ahora bien, la manera específica de resolver esa primera tensión también se vincula con aquello que permitía distinguir un colegio de élite de otro, algo especialmente relevante dentro del mercado de la formación privada y para los procesos de doble selección que existen en tales establecimientos que son elegidos, pero también eligen familias que se ajusten a sus proyectos educativos [MADRID 2016ILABACA y CORVALÁN 2020].

Por Pablo Astudillo, docente investogador de la Facultad de Educación UAH.

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