Fuente: Interferencia.cl
La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad y, con ello, la importancia del cuidado. Indudablemente, el cuidado es un elemento fundamental y cada vez se está tomando más conciencia sobre su relevancia. El Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, por ejemplo, es una iniciativa del actual gobierno que busca poner el tema del cuidado en el centro de la discusión y ayudar a las mujeres, dado que la mayor carga del cuidado y el trabajo doméstico recae sobre ellas.
Sin embargo, como señala la cientista política Joan C. Tronto, pareciera ser que el verdadero cuidado que ejercen nuestras sociedades actuales es el cuidado de la riqueza. Este cuidado plantea que el crecimiento de la riqueza es el objetivo principal de nuestra sociedad y, por lo tanto, las recompensas sociales se enfocan en aquellos que crean y hacen crecer la riqueza.
A pesar de las afirmaciones falsas que indican lo contrario, las concentraciones de riqueza intergeneracional dependen del Estado, ya sea como un sistema de protección, como la fuente de inmensas oportunidades para crearla o como Estados dispuestos a servir como paraísos fiscales. Del mismo modo, los grandes grupos económicos, al insistir en que aportan enormes beneficios a la sociedad (por la creación de empleo o por sus obras de caridad) son capaces de evadir las demandas de que su riqueza sea gravada a un nivel más alto.
El cuidado de la riqueza en detrimento del cuidado de las personas es, por tanto, profundamente antidemocrático. El cuidado de la riqueza beneficia a unos pocos que dedican mucho tiempo, dinero y esfuerzo a manipular a amplios públicos para que sigan apoyando su visión de mundo. Jeffrey Winters, especialista en oligarquías, señala que nunca ha existido una verdadera democracia porque estos grandes grupos económicos siempre han podido ejercer el poder de su riqueza. Estos grupos cuentan con una industria que se dedica a defender su riqueza: un ejército de profesionales altamente preparados y bien remunerados que buscan enriquecer aún más a sus empleadores e imponer políticamente las ideas que les benefician. Basta pensar en el “Caso Audios”.
A partir de la filtración de un audio donde Luis Hermosilla, Leonarda Villalobos y el empresario Daniel Sauer idean un plan para supuestamente sobornar a funcionarios públicos —y que hoy nos permite ser testigos de la prisión preventiva de Sergio Muñoz, ex director de la PDI—, urge una discusión sobre la industria que se dedica al cuidado de la riqueza. Si el objetivo este cuidado es preservarla, compiten con las formas de cuidado destinadas a ayudar a los otros miembros de la sociedad a mejorar o mantener su bienestar. Con la desinversión de políticas públicas orientadas al cuidado, estos quedan relegados a los mercados o a las familias, ambas problemáticas si son las únicas opciones.
Por supuesto que la riqueza es de suma importancia. La riqueza generada durante los últimos siglos nos ha permitido alcanzar el bienestar material de muchas personas. No obstante, la forma en que nuestras sociedades se dedican únicamente a cuidar la riqueza de estos grupos distorsiona los valores sociales y hace que la gran mayoría de las personas estén descuidadas.
El “Caso Audios” nos obliga a reflexionar sobre los niveles de concentración de la riqueza, es decir, la desigualdad, así como la pérdida de confianza en la democracia que nos lleva a percibir al Estado como impotente o indiferente a la hora de controlar a los grandes grupos económicos que actúan muchas veces de manera “perfectamente legal”, pero perjudicando a la gran mayoría de las personas.
Por Daniela Alegría, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades.