Álvaro Soto, académico de la Facultad de Psicología UAH.
Fuente: El Mostrador
Decano Facultad de Psicología, Álvaro Soto.
Cinco años ya han pasado desde que ingresó el proyecto de modificación del Código del Trabajo que reduce la jornada laboral semanal de 45 a 40 horas. Hoy forma parte central del programa del actual Gobierno y parece instalado como algo inevitable, que incluso llegaría más tarde que iniciativas que muchas empresas ya han instalado. De hecho, el propio Gobierno ha lanzado el “Sello 40 horas”, a través del cual se reconoce a las empresas que ya están implementando este límite a las horas trabajadas. Que la realidad se imponga, parece ser la estrategia.
En efecto, muchas de las mediciones y rankings de gestión consideran ya hace un buen tiempo la instalación de medidas vinculadas al tiempo de trabajo, sea de reducción de jornadas, de aumento de días de vacaciones o de flexibilización de las jornadas.
Y es que el debate por las 40 horas, además de la histórica contradicción entre capital y trabajo, despierta al menos dos profundas contradicciones de nuestras culturas laborales, que no hemos logrado procesar en los espacios de trabajo, ni en el debate social más amplio. Y ahí la oportunidad de este momento.
La primera contradicción alude directamente a los empleadores y a quienes estamos a cargo de dirigir personas. Todos reconocemos la importancia de definir objetivos, de delegar y dar autonomía. Sin embargo, cuando la tensión o la incertidumbre aumentan, la respuesta más automática es volver a mostrar autoridad, vigilar, exigir. Asegurarse de que la gente trabaja, y que trabaja mucho (en horas, no necesariamente en calidad). No es solo una cuestión de costos, es una demostración de fuerza…
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