Fuente: País Circular
Sabemos que Chile dispone a lo largo y ancho de su territorio de 101 cuencas hidrográficas y 1200 ríos que fluyen de este a oeste. Estos ríos transitan a lo largo de una intrincada topografía y están sujetos, según su elevación y localización, a distintos regímenes climáticos, desde ambientes glaciares a regiones de extrema aridez.
Las precipitaciones representan la fuente de alimentación más importante para estos cursos de agua, definiendo en parte su caudal, o en términos simplificados, cuánta agua trae un rio, y que puede fluctuar temporalmente según la variabilidad del clima, ya sea esta de carácter interanual, los bien conocidos eventos Niña y Niño, o bien interdecadal representada por la no tan conocida Oscilación Decadal del Pacífico.
Además, dependiendo de la región en que se emplazan los ríos del país, su caudal también fluctuará. Por ejemplo, en el norte del país los ríos son alimentados por fusión de nieve en verano, en la zona central los ríos se alimentan de fusión de hielo y nieve en verano además de lluvias invernales, mientras que hacia el sur los ríos son alimentados eminentemente por lluvias, por cierto, cada vez más escasas e infrecuentes.
Por otra parte, la alimentación de los ríos por fusión de nieves y glaciares denominadas también “torres de agua”, ha experimentado un sostenido decrecimiento, Esto porque los glaciares andinos, producto del cambio climático, han experimentado pérdidas de masa equivalentes a 20 mil millones de toneladas de agua, anualmente.
De esta forma, durante las últimas cuatro décadas la reducción de las precipitaciones y particularmente durante el último decenio la condición de megasequía y retracción de la superficie cubierta de hielo y nieve, ha trastocado la alimentación de los ríos disminuyendo así su caudal hasta casi un 70% en la zona central del país durante el año 2019, lo que ha obligado a la construcción y profundización de pozos para asegurar el suministro de agua.
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