Fuente: El Mostrador
El ventarrón de la semana pasada es una excelente metáfora: el día menos pensado, el viento puede arrasar con la luz, el agua, techos y personas. Pero, ¿acaso nuestra propia vida no está expuesta a ventoleras que nos están haciendo difícil mantenernos en pie? Un virus, la creciente criminalidad, la gran minería y nuevas guerras arrasan con pueblos generando migraciones masivas. La Inteligencia artificial acelera la historia. Aumentará la velocidad de entrada a un túnel que no sabemos si tiene salida.
¿Aguantarán las raíces de los árboles el ciclón de 2025? ¿En qué radicaremos en nuestra existencia en lo que queda de 2024? Esta es la pregunta radical, válida igualmente para creyentes y no creyentes.
Cabe, entonces, preguntarse: ¿hay una espiritualidad tan profunda que nos permita agarrarnos a la vida como las raíces permiten a los árboles a resistir los tornados? ¿Existe algún modo de existencia que nos arraigue hondo en el cosmos en el que dependen recíprocamente las piedras y el fuego, el aire y el agua, los seres vivos y los inertes, los ricos y los pobres? ¿Hay alguna manera de amarrarnos las personas de diversos credos religiosos y filosóficos en un solo hato?
Claro que sí.
Los seres humanos somos individuos espirituales. Contamos con el Espíritu para co-pertenecer y hacernos corresponsables de la más lejana de las galaxias y del suspiro del más pequeño de los átomos. El mismo Espíritu arrecia contra el ego y el egoísmo. La suerte del universo es una exigencia colectiva. Un ejemplo, otra metáfora: la gente de Punta Arenas, para afirmarse en los ventarrones patagónicos, se tienen de los brazos unas a otras. Pobre aquel que no tenga a nadie al lado.