Fuente: El Mostrador
Desde el pasado 15 de enero, cuando una bancada transversal de diputadas y diputados presentaron una iniciativa legal para prohibir la maternidad subrogada, se ha generado en varios medios un debate acalorado y relevante. Quisiera detenerme en una arista un poco distinta de la que se ha discutido hasta ahora y que surge desde el comentario del diputado republicano Juan Irarrázaval a El Mercurio el día 23 de enero, cuando intenta explicar la confusión que se generó entre ovodonación y maternidad subrogada. Dice: “Me llama la atención que académicos destacados o incluso la editorial de un diario lo hayan interpretado así, cuando es cosa de ir al texto de la propuesta”. Y digo que esto me llama la atención, porque es justamente cuando uno va al texto mismo de la propuesta, que se encuentran aseveraciones que dan cuenta no solo de las fuentes de la confusión, sino además, de la insensibilidad hacia los/as más de 13.682 niños/as que han nacido en Chile gracias a la ayuda de técnicas de reproducción asistida (TRA), hacia sus familias y sus donantes.
El texto parte calificando a la subrogación, que es una forma de TRA, como “un flagelo”, llama a los y las receptores (mujeres y hombres en tratamientos de fertilidad) como “contratantes” que “intentan un vínculo de filiación por contrato”, dejando muy en claro que esto no es lo mismo, sino algo inferior frente a la filiación biológica. Además, agrega que estas mujeres y/o hombres que no han podido reproducirse de manera natural y acuden a TRA, buscan reproducirse para “satisfacer un capricho”, a expensas de la cosificación de la mujer que subroga. Tengo el privilegio de trabajar con muchas familias que han utilizado distintas formas de TRA; yo misma tengo una hija gracias a la donación de espermios, y el dolor e impotencia que hemos sentido estos días frente a la distorsión y descalificación que hace el proyecto acerca de los complejos caminos que hemos recorrido, solo es una nueva muestra del fracaso absoluto de nuestra clase política para conectarse con las realidades de sus ciudadanos.
Sucede parecido cuando se refieren a las mujeres gestantes, se habla de que las TRA vulneran su dignidad, que las cosifica, que son utilizadas como medio, que se las obliga a entregar a un/a hijo/a, ejemplificando todo esto a través de un caso particular (Olivia Maurel) e ignorando la evidencia científica más destacada a nivel mundial con la que contamos hoy en psicología del desarrollo (las investigaciones de Susan Golombok y su equipo), que da cuenta de que las mujeres gestantes no sufren esos traumas que este proyecto describe, sino por el contrario, suelen sentirse muy orgullosas de haber ayudado a otras familias. Evidentemente, cuando se aseguran condiciones justas y dignas a través de regulaciones gubernamentales.
Pero lo más preocupante desde mi perspectiva como psicóloga infantil, es la forma que el proyecto se refiere a niños y niñas y la mala utilización que hace de la teoría de apego. Se dice: “Si entrega al niño, se rompe el apego, con lesiones difíciles de imaginar para el recién nacido”. El apego no es una cualidad esencial que existe de forma automática entre un bebé y su gestante, es el vínculo que se genera día a día en la medida que cuidadores son sensibles a las necesidades de sus hijos/as. Ninguna evidencia en psicología del desarrollo da cuenta de esas “lesiones difíciles de imaginar” que describe el proyecto, y tampoco existe ninguna evidencia que dé cuenta de la “confusión de paternidad y maternidad” que el proyecto alude podría generar la subrogación, “con la consiguiente ofensa a la identidad personal del hijo”.
Sigue leyendo <<<