Fuente: El Mostrador
El 10 de diciembre pasado se conmemoraron 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), instrumento civilizatorio que por primera vez confiere una serie de derechos fundamentales a todas las personas del mundo, independientemente de cualquier condición de raza, religión, sexo, nacionalidad, posición política o cualquier otra distinción.
Esta declaración, a su vez, sienta las bases para la construcción de una arquitectura institucional de promoción y protección de estos derechos, a través de la consolidación de un Sistema Internacional de los Derechos Humanos, del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH) y de diversas instituciones nacional de Derechos Humanos, como el Instituto Nacional de Derechos Humanos, la Defensoría de la Niñez y el Comité para la Prevención de la Tortura.
Esta institucionalidad ha permitido un avance sustantivo en el reconocimiento de la dignidad humana y la erradicación de diversas formas de discriminación, lo que refuerza los principios del Estado democrático de derechos. Sin embargo, estos esfuerzos aún parecen insuficientes e incluso comprometidos ante el grave avance de movimientos populistas y regímenes autoritarios que proponen limitar el reconocimiento y la garantías solo a ciertas personas, en desmedro de diversas minorías. En otras palabras, trazar una frontera entre las vidas que merecen ser vividas (y protegidas) y las que no…
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