Fuente: La Segunda
La primera vez que escuché el término “ecofeminismo”, hace algunos años, lo asocié con un Frankenstein en el que se pegotean causas sociales; una especie de collage sin combinación ni armonía. Con cierta vergüenza admito que me pareció un término hippie, que sonaba poco riguroso y que refería a una realidad ajena y lejana.
Sin embargo, cada vez se hacía más presente esta palabra que alude al feminismo y la crisis ambiental. Superando mis prejuicios comencé por uno de libros fundacionales de este movimiento activista y corriente académica: “Ecofeminismos”, de María Mies y Vandana Shiva, desarrolla dos tesis fundamentales para entender los cambios contemporáneos.
La primera tiene que ver con la lógica de la explotación. En términos generales, la crisis ambiental es producto de un uso abusivo e irresponsable de recursos naturales con fines económicos. La producción de distintos objetos ha alcanzado proporciones obscenas respecto de su consumo; por ejemplo, si hoy se dejara de hacer ropa tendríamos prendas de vestir para los próximos 500 años. En otras palabras, nos sobran faldas y pantalones y, aun así, los seguimos confeccionando. Por su parte, la violencia cotidiana que se ejerce sobre las mujeres tiene una tonalidad similar; son ellas quienes realizan casi exclusivamente el trabajo no remunerado. Si bien este es fundamental para sostener la economía y la sociedad, no cuenta con el mismo prestigio que las actividades remuneradas y se omite su valor económico…
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