Monique Wittig afirma que solo las mujeres tenemos un sexo. La aseveración puede parecer contradictoria, pues a todas luces existen, como mínimo, hombres y mujeres. Sin embargo, si la interpreto correctamente, lo que Wittig propone es que solo para el cuerpo femenino se debe especificar que se trata de un género en particular.
Un ejemplo sencillo, desafiado por la reciente aparición del lenguaje inclusivo, es que la figura neutral es siempre masculina. Así, si hay un grupo de hombres y mujeres nos referimos a este en términos masculinos: ingenieros, profesores, académicos. Solo si está compuesto exclusivamente por mujeres, lo nombramos femeninamente: ingenieras, profesoras, académicas. Así, para Wittig lo masculino corresponde a lo universal, mientras que lo femenino a lo particular. De las mujeres hablamos de su sexo, su género, su condición de ser mujer y no así de lo masculino.
El reciente controvertido spot de Gillette desafía la propuesta de Wittig. Con esto no quiero decir que una marca sea más brillante que una de las feministas teóricas más relevantes del último tiempo, sino que muestra que el debate sobre género y diversidad comienza a complejizarse.
A mi juicio la controversia que levanta el spot de Gillette (que por cierto no ha sido transmitido en Chile) se debe a que posiciona lo masculino, la masculinidad para ser más precisa, como un género. Y esto es novedoso en la escena local. Hasta el momento todo el debate tenía que ver con las mujeres y la diversidad sexual como actores protagónicos: el abuso de mujeres en el contexto universitario, el acoso callejero, el femicidio, la mal llamada ideología de género y la ley Zamudio, por nombrar algunos ejemplos.
Llevado al extremo, solo a las mujeres y a las sexualidades no normativas (como LGQTB+) se les discrimina e incluso asesina por su condición sexual. Lo masculino brilla por su ausencia en estas controversias. El spot de Gillette agrega esta dimensión invisibilizada en el debate sobre género, diversidad y violencia. Esto al menos en tres sentidos.
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