Fuente: CIPER
Por Carlos Díaz, director del Magíster en Economía UAH y académico de la Facultad de Economía y Negocios.
La lucha contra el crimen es uno de los principales desafíos que hoy enfrenta La Moneda, y, como en otros ámbitos de la política pública, esto requiere de un enfoque integral. En ese contexto, las declaraciones recientes del presidente Gabriel Boric sobre la importancia de recuperar los espacios públicos como parte fundamental de la estrategia para combatir el crimen merecen una reflexión detenida. En su discurso del 6 de abril, en el contexto de las celebraciones por el Día Nacional del Deporte, el Presidente señaló:
En los últimos años en Chile tenemos un desafío tremendo en un tema que yo sé que les preocupa a muchos de ustedes, que es la delincuencia. ¿Y por qué me refiero a la delincuencia hoy día? Porque estamos combatiendo firme la delincuencia en todo el país, pero el debate se centra mucho solamente en una parte del combate a la delincuencia, que tiene que ver con algo que es muy importante, que es el fortalecimiento de las policías, la persecución del delito, la desarticulación del narco, pero hay otra forma también de combatir la delincuencia en donde todos estamos involucrados: la delincuencia también se combate tomándonos y recuperando espacios públicos.
Las palabras del Presidente subrayan un aspecto crucial, pero a menudo pasado por alto en los debates sobre seguridad pública: la importancia de la participación ciudadana y la recuperación de los espacios públicos como estrategias efectivas para prevenir el crimen. Para comprender plenamente esta idea, es necesario analizar los factores que influyen en la distribución espacial del delito. Sabemos que el crimen tiende a concentrarse en áreas urbanas, siendo las ciudades más grandes las que muestran tasas de criminalidad más altas que las áreas menos densamente pobladas y las regiones rurales.
“Si bien las áreas metropolitanas ofrecen objetivos criminales más atractivos, esta no es la única dimensión que explica la distribución geográfica del crimen. La ubicación del crimen dentro de una ciudad no es puramente aleatoria. En particular, la densidad y la actividad urbana desempeñan un papel crucial en la configuración de la distribución espacial del crimen al afectar las posibilidades de detección y castigo, y, por lo tanto, los beneficios percibidos para los posibles delincuentes”. —Carlos Díaz, académico FEN UAH y director del Magíster en Economía.
Economistas y criminólogos han estudiado este tema por décadas, generando diferentes enfoques de los que nos podemos servir para comprender mejor los determinantes de la distribución espacial del delito. Una de las más conocidas es la teoría de las actividades rutinarias desarrollada por Cohen y Felson. Según este enfoque, la ocurrencia de un delito requiere la convergencia de tres elementos: (i) un delincuente motivado a cometer un delito; (ii) un objetivo criminal adecuado (por ejemplo, un objeto visible, alcanzable y que represente un valor razonable); y (iii) la ausencia de vigilantes capaces de evitar el delito. El punto (iii) refiere al control social y merece especial atención, ya que estos vigilantes pueden ser formales o informales. Es que para la teoría de las actividades rutinarias el control social es ejercido por los carabineros (vigilantes formales), pero en algunos casos también por ciudadanos (vigilantes informales) que tengan capacidad de protegerse, proteger a otra persona, o proteger una propiedad suya o de un tercero.
Así, cuando ocupamos espacios públicos podemos ser percibidos como un escollo para quienes pretenden cometer un delito y, de esta manera, actuar como un factor disuasivo.
Cohen y Felson no fueron los primeros en vincular aglomeraciones y delito. En su trabajo seminal, Jacobs resaltó el papel crucial de «los ojos en la calle» como un mecanismo central para mantener el orden público en entornos urbanos. Es decir, una calle bien utilizada tiende a ser una calle segura, mientras que una calle desierta será todo lo contrario. Esta teoría enfatiza la importancia de la actividad continua en las calles, que facilita el control social informal por parte de los transeúntes y residentes de la comunidad. Las dinámicas urbanas crean un mecanismo de disuasión autónomo en ciudades lo suficientemente densas con un uso mixto del suelo. Según Jacobs, existen contextos en los que el propio funcionamiento de la ciudad permite generar efectos disuasorios similares a los que genera la presencia policial.