Desencanto político, protestas por precariedades sociales, violencia racista, persecución política de minorías, revoluciones feministas, populismos y noticias falsas son procesos convergentes que la sociedad mundial viene experimentando hace algunos años. La intensidad y el contenido de estos procesos nos interrogan sobre su similitud y/o vínculos con el pasado reciente y lejano.
La actual demanda de la población afroamericana por terminar con la violencia policial en Estados Unidos rememora la épica lucha por los derechos civiles en la década de 1960. La manipulación política asociada a las fake news o al escándalo de Cambridge Analityca comparte algunos objetivos con el espionaje industrial y tecnológico de la Guerra Fría, que conocemos gracias a la apertura de los archivos norteamericanos y soviéticos desde la década de 1990. La novedad de la lucha por la igualdad de género en el trabajo remunerado y el reconocimiento de la violencia contra las mujeres a través de campañas globales como el MeToo, ejes articuladores de la actual ola feminista, radican más en su transversalidad y amplio poder de convocatoria, y menos en sus contenidos ya presentes en los movimientos sufragistas de la primera mitad del siglo XX y en el activismo feminista de la década de 1960.
El presente vinculado al pasado también puede impulsar la revisión de lo heredado. Más aun cuando se constata el no cumplimiento de demandas, la parcialidad de nuestras convicciones o la necesidad de renovar nuestras preguntas a la luz de nuevas circunstancias o crisis. Entonces ¿por qué no revisar el pasado? Nuevas generaciones, nuevas preguntas y el acceso a fuentes escritas, audiovisuales visuales y materiales que no estaban disponibles en el pasado, son vectores poderosos de esa revisión. Las protestas por el crimen de George Floyd en Estados Unidos han desencadenado acciones como la destrucción de estatuas de Cristóbal Colon y otros personajes reconocidos como esclavistas, han justificado reflexiones públicas respecto del impacto revisionista en la historia de la esclavitud y/o de la constitución de la sociedad norteamericana y también latinoamericana.
¿Es posible que acciones como éstas tengan el poder de distorsionar, desestimar, borrar interpretaciones y conclusiones, supuestamente, consolidadas? A primera vista, no. Las caricaturas políticas que se burlaban del Imperio Español en América Latina desde fines del siglo XVIII, el asalto a la Bastilla durante la Revolución Francesa, la destrucción de imágenes del zar ruso Nicolás II luego de la Revolución de Octubre, o de las estatuas de Lenin, Stalin o Ceausescu entre 1989 y 1991 son gestos políticos que más que alentar un revisionismo desestabilizador o negacionista, se vinculan a la búsqueda de reparación, de justicia y a la incorporación de relatos más inclusivos de un pasado que no está petrificado, y que podemos visitar constantemente, si lo queremos. Un pasado repleto de episodios y procesos que, en frecuentes ocasiones, tienen como denominador común la esperanzadora búsqueda de un nuevo comienzo o natalidad común, como sostiene Hanna Arendt.
A diferencia de cierto “revisionismo” que supone juicios negacionistas de hechos comprobados como, por ejemplo, el Holocausto y que historiadores como el italiano Enzo Traverso reprochan con fuerza, las múltiples preguntas al pasado son un ejercicio de revisión y de ejercicio critico que es humano, propio de quienes nos dedicamos a la investigación histórica, y que difícilmente se detendrán porque algunos aun crean, ingenuamente, que la verdad histórica es atribuible a un solo relato.
María Soledad Zárate
Historiadora
Directora Magister de Historia de Chile Contemporáneo
Universidad Alberto Hurtado
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