Reflexionar sobre la actual situación y desafíos futuros que enfrenta la Iglesia, estableciendo una relación con la tarea realizada al interior de la universidad, fue el objeto central de la clase magistral que el académico Carlos Schikendantz, investigador del Centro Teológico Manuel Larraín, ofreció en el marco de la ceremonia oficial de inauguración del Año Académico 2013 de la Universidad Alberto Hurtado.
La actividad, realizada en el Aula Magna de la UAH hasta donde concurrió gran cantidad de estudiantes, decanos, académicos y funcionarios de la universidad, fue encabezada por Fernando Montes S.J., Rector de la casa de estudios, quien resaltó el espíritu de equidad y justicia, que en este nuevo período académico, debe guiar una vez más toda la labor formativa e institucional. A la actividad también asistieron el Prorrector Jorge Larraín y Pedro Milos, Vicerrector Académico.
La charla ofrecida por Schikendantz, titulada “Reformas en la Iglesia. Una mirada desde una universidad de inspiración cristiana”, centró la atención en la realidad de la Iglesia católica moderna, la que, a su juicio, ha estado marcada por una tendencia a mirar a la institución como una maquinaria de mediación jerárquica, quedando opacada la mirada más teológico-espiritual de la Iglesia como el amplio campo de la comunidad cristiana.
En la ocasión el académico destacó, además, que dada esta particular situación, es necesaria una transformación a partir de las propias raíces. “Una democratización institucional, que debe hacerse con cuidado y seriedad de modo que tenga posibilidades reales de alcanzar un consenso amplio en la Iglesia, el consenso incluso de sus autoridades que, inevitablemente, de avanzar este proceso verán más limitado su poder”, afirmó.
Frente al tema del pluralismo religiosos, Schikendantz, Doctor en Teología por la Eberhard-Karls-Universität Tübingen de Alemania, planteó que hoy el fenómeno religioso cobra mucha fuerza y se alimenta en las mismas incertidumbres, contradicciones y riesgos que presenta la modernidad. No obstante, agregó, esto tiene como consecuencia la progresiva disolución de un entorno social homogéneo marcado por la presencia de la Iglesia católica.
Esta creciente individualización en la fe –destacó- sólo se puede afrontar con éxito, profundizando la personalización de ésta, mediante experiencias por las cuales la persona se autovincule por amor a personas y valores en una dinámica de autotrascendencia hacia el otro. “No hay ya fe sin experiencia personal. El cristianismo tiene ante sí el reto de asumir, el potencial que la experiencia de una fe cálida proporciona al creyente”.
“En este sentido, el éxito del proceso de transmisión presupone un alto grado de apertura institucional, sensibilidad para las aspiraciones de autonomía individual y reflexividad, lo que plantean enormes desafíos a la Iglesia y a las instituciones universitarias de inspiración cristiana”, planteó Schikendantz.
Al centrar la reflexión sobre el alto grado de desigualdad y de pobreza que vive América Latina, cuestionó severamente el rol que juegan las universidades de inspiración cristiana para revertir esta situación, a la vez que destacó que las principal idea conductora provenientes de la tradición judeo-cristiana que debieran ponerse de relieve es la sensibilidad por la justicia y el sufrimiento de los otros. “Situar dicha sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno en el lugar central tiene una importancia decisiva en la búsqueda de un universalismo que sea compatible con el pluralismo. Jesús confiere a los que sufren una autoridad a la que nadie puede rehusar obediencia”.
Al respecto el académico señaló que “la Iglesia y, en ella, las universidades, como las personas, no pueden tener “intereses más altos”, que los de responder a la autoridad de los que sufren”. En este sentido llamó a preguntarse por el espacio que ocupa esta perspectiva en los proyectos de investigación, en los planes de las diversas facultades y, en general, en los criterios de evaluación institucional.
Frente a esto y a modo de reflexión final, Schikendantz afirmó que es necesario confiar en que sea posible para la Iglesia y los creyentes recorrer un camino caracterizado por múltiples y profundos cambios estructurales, variadas y ricas experiencias de amor y un enérgico y “subversivo” compromiso socio-político en beneficio de los entristecidos de la tierra. “La tradición ignaciana puede ser una fuente enorme de recursos que nos ayude a ser los hombres y mujeres que necesita nuestro tiempo, a la altura de los sueños de Dios y las necesidades de la humanidad. En nuestras crisis están latentes nuestras oportunidades”, concluyó.