Foto gentileza: Marcelo Aguilar / El Morrocotudo
Foto gentileza: Marcelo Aguilar / El Morrocotudo
Según el último informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 51 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares o viven en calidad de refugiados. La cifra es estremecedora por ser la más alta desde que terminó la II Guerra Mundial. En este clima internacional, ¿puede un país como Chile darse el lujo de tener tensión con sus vecinos? ¿Es la Corte de La Haya el lugar para reiniciar un diálogo con Bolivia?
El historiador Sergio González, Premio Nacional de Historia 2014, académico del Instituto de Estudios Internacionales (INTE) de la Universidad Arturo Prat, experto en el Norte Grande ha escrito varios libros de la región de Tarapacá como “Las historias que nos unen. Episodios positivos en las relaciones entre Chile y Perú, siglos XIX y XX” y “A cien años de la masacre de Santa María de Iquique”. De visita en la Universidad Alberto Hurtado presentó los libros “Un gobierno de los Pueblos, Relaciones provinciales en la Independencia”, del Dr. Armando Cartes y “Descentralización Ya” del Dr. Esteban Valenzuela.
Para el investigador, que ha dedicado años a estudiar las costumbres y formas de mirar el mundo nortino, este conflicto puede tener buen final. Según él, el silencio diplomático entre Chile y Bolivia debe solucionarse porque como sucede en las mayorías de las naciones, lo que está en juego cuando los países fronterizos se tensionan es la pérdida de confianza; que una vez que se rompe da origen a guerras armamentistas y a situaciones que desconcentran a los gobiernos de la ruta del desarrollo.
En ese sentido, América Latina es una zona que lamentablemente se caracteriza por tener roces con sus límites. Las causas: “Un exacerbado nacionalismo y el fracaso de un megarelato integracionista”, comenta el académico.
En un contexto global, caracterizado por las migraciones ¿Tiene sentido delimitar las fronteras? El historiador dice que sí. Porque si bien hay más migraciones que antes y las economías están más abiertas, la relación entre sujeto y territorio es muy potente y compleja. A veces se cree que el territorio es un espacio vacío y que los habitantes son como flujos que transitan, que están de paso, y eso no es efectivo. “Las identidades regionales deben ser consideradas nacionales porque antes que nada somos habitantes y generamos arraigo e identidades, por ello, la diplomacia no puede disponer de los territorios como piezas de intercambio”.
Más allá de que Bolivia y Chile estén enfrentados en una corte internacional, los habitantes del norte tienen un diálogo muy bueno y han convivido en la frontera durante años sin complicaciones. Esta realidad desde el centro, puede verse muy distante o no se conoce. Sin embargo, González identifica este armónico diario vivir como una tradición histórica. “Hay un buen flujo de bienes y personas, se cruza la frontera sólo con carnet de identidad, hay un sentimiento de ser parte del mismo grupo étnico y de relaciones transfronterizas muy interesantes”. La Alianza Estratégica Aymará Sin Fronteras es una de ellas, que desde el 2000 reúne a 57 municipios de Perú, Bolivia y Chile con un discurso panandino y un proyecto común como es el turismo integrado, sin cuestionar las respectivas nacionalidades. Esta alianza ha funcionado básicamente porque las partes comprenden que la población asentada en la zona andina de América del Sur, tiene un pasado en común, comparten una cultura viva y un futuro por construir también en común. Es por eso que la cooperación transfronteriza entre autoridades locales-municipales, sub-nacionales y nacionales, cobra un papel particularmente relevante en un contexto general en el que los procesos de desarrollo local y de integración “desde abajo” se han consolidado fuertemente en diferentes partes del mundo. “Los gobiernos de los tres países, en las últimas décadas, han dirigido esfuerzos respecto a la integración, pero eso no significa que dejen de ser peruanos, bolivianos o chilenos”, señala el académico.
González, conocido entre sus pares por ser el historiador de la Pampa, es enfático en establecer que el impacto de lo que decidan los jueces del tribunal de La Haya puede ser frustrante para Bolivia si pierde y que ello no tenga un resultado similar a lo que aconteció después de su frustrada demanda en 1920 ante la Liga de las Naciones. Ahora bien, en cuanto a los argumentos futuros que entregue Chile, deben ir obligatoriamente por el lado de establecer vínculos más integrales con Bolivia no tanto con una lógica económica bilateral.
“A mí me parece que lo que corresponde es conversar como buenos vecinos, La Haya en ese sentido no es el lugar donde se resuelvan problemas de diálogo entre dos países hermanos. El giro debe darse a través de argumentos más contemporáneos, si Bolivia dice que Chile le quitó la cualidad de tener acceso al Pacifico, lo que se puede hacer es definir esa cualidad, la que puede ser funcional”. Esa funcionalidad se entiende como aumentar los flujos, mejorar los ferrocarriles, las carreteras, o dar otras facilidades más allá de lo que ofrece el tratado de 1904. “Pero insisto, debe ser una solución funcional, no con entrega de soberanía, que es un concepto que nos distancia”, concluye el historiador.