Felipe Sagardia, de 23 años y cursando cuarto año de Antropología en la Universidad Alberto Hurtado, participó de la convocatoria de las sentadas textiles “Sangre de mi sangre” organizada por el Centro de Derechos Humanos y el grupo Ciudad y Cultura, dirigido por la destacada antropóloga y académica UAH Francisca Márquez.
Las sentadas textiles consistieron en armar un gran tejido con hilos de rafia sintética de color rojo, con nudos y puntos que arman una pieza colectiva que denuncia la violencia ejercida contra las mujeres durante la dictadura. Él, como universitario, se involucró en esta dinámica junto a ocho compañeros de carrera: Sebastián Núñez, Millaray Acevedo, Dalí Araya, María José Espinoza, José Tomás Rocuant, María Trinidad Miranda, Juan Francisco Barassi y Camilo Miranda, más el fotógrafo Jerónimo De Munter, que registró de forma etnográfica esta experiencia.
—¿Qué significado tuvo para ti participar de estas sentadas textiles?
Tejer es una acción súper liberadora que permite establecer vínculos con compañeros y compañeras de tejido. Nosotros éramos puros chiquillos jóvenes que aprendimos a tejer con mujeres mayores que nos recibieron superbién y tuvieron todo el tiempo para enseñarnos y compartir sus experiencias de vida.
—¿Qué implica esta práctica en tu formación académica?
Es súper significativa porque a lo largo de nuestra formación tenemos ciertas líneas de cursos que enseñan a establecer vínculos con el territorio y con la gente. Sin embargo, esta práctica es especial porque pone en práctica todo lo aprendido en cuanto a desarrollo etnográfico, vinculación con las comunidades y compromisos éticos. Si bien no nos ponen nota por tejer, nos dan el espacio para compartir, reunirnos periódicamente y comentar las fotos y vivencias, y esa es una experiencia supervaliosa.
—Sobre las diversas técnicas del tejido, ¿qué cruces te tocó desarrollar?
Dentro de la etnografía que hicimos detallamos muchos tipos de nudos y de tejidos, pero nosotros desarrollamos un nudo bastante básico, pero importante. El nudo que aprendí es la forma de tejer que tuvo la mujer que me enseñó a hacerlo. O sea, mi manera de tejer, mi postura de los dedos y mi técnica con el textil lo aprendí en la primera sentada gracias a esa primera maestra que me enseñó a hacerlo, y ese primer aprendizaje se repite entre quienes participamos. El valor de lo aprendido es legado intergeneracional transmitido. Nuestras maneras de tejer son el reflejo de la enseñanza y el aprendizaje y del traspaso entre generaciones de saberes.
—¿Cómo esta intervención se convirtió en un mensaje en defensa de los derechos humanos?
La manera en que aprendimos a tejer es la transmisión de saberes de una persona que quiso enseñarnos todo lo que sabía; personas que nos acogieron con toda calma, complicidad y calidez y que compartirnos sus sabidurías y sus prácticas, y ese acto es el mensaje de la memoria. En las sentadas éramos distintas generaciones, con legados que transmitir y mensajes que aprender siempre desde el amor y el afecto. Nosotros aprendimos sobre la historia de las violaciones a los derechos humanos de la dictadura bajo el cariño y atención para seguir exigiendo verdad y justicia. ¿Cuándo se convierte la acción de tejer en una intervención de derechos humanos? Cuando es un acto intergeneracional que trasciende por un bien común. El tejido es una acción de escucha y de enseñanza por la defensa de los derechos humanos. Es un paso a paso, es intimidad y es compartir.
—Siendo estudiante de Antropología, ¿cómo vives la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado?
Desde esta disciplina me preocupa volver a cuestionarme las preguntas más básicas, como qué fue el golpe de Estado, por qué sucedió, y a 50 años por qué lo recordamos o por qué lo estamos conmemorando. Creo que desde las sentadas textiles hubo diálogo y escucha a personas que vivieron ese periodo y que sufrieron violaciones a los derechos humanos, y aprender de sus vivencias con la atenta escucha y reflexión, la disposición al aprender y la práctica del tejer como momento de entrelazar trayectorias de vida, se convierten en medios para hacer memoria y exigir justicia. Tejer se convirtió en un ejercicio de memoria.