Durante su transcurso, las ciencias sociales se han visto cautivadas, una y otra vez, por la pregunta por el sujeto y la subjetividad. Ya sea que esta fascinación fuera motivada por un afán de comprensión, de diferenciación, de liberación o de intervención, diversos autores se han detenido en la pregunta por el sujeto y los efectos que sus diversas composiciones provocan en la vida social. Y el siglo pasado no fue una excepción. Como describe Nick Mansfield (2000), desde los tempranos esfuerzos realizados por Sigmund Freud hasta los trabajos de Michel Foucault y Judith Butler, pasando por autores y autoras de gran importancia como Jean-Paul Sartre, Alain Badiou, Edward Said o Donna Haraway, la subjetividad ocupó un lugar privilegiado en la teoría social.
Tal como aconteció con otras disciplinas y saberes que encontraron en la modernidad su condición de emergencia y consolidación, las teorías sobre la subjetividad y el sujeto que circularon durante buena parte del siglo XX fueron modeladas siguiendo los principios que permitieron la validación y auge de los saberes científicos.Así, las ciencias sociales se aproximaron a la pregunta por la subjetividad y el sujeto mediante formulaciones que sostenían su validez y pertinencia en poder ofrecer una imagen científica y racional de lo que somos. Estos principios no deben ser tomados a la ligera ya que, después de todo, garantizaron la aceptación y popularización de estos saberes y sirvieron de referencia para la definición de los propósitos, técnicas y métodos que dieron vida a las teorías científicas sobre los sujetos del siglo veinte. Así, las ciencias sociales se orientaron a la producción de un conocimiento objetivo, metódico y racional sobre el sujeto.
Para Oriana Bernasconi, esto se juega en la identificación y análisis de la operatoria de una serie de actantes con el poder de performar al sujeto detenido desaparecido, un sujeto liminal que nace en ausencia y bajo amenaza de erradicación por parte de las fuerzas que impulsan al olvido. Para ello resulta necesario un trabajo cuidadoso de articulación genealógica entre diversos regímenes de performación que disputan lo producible y lo enunciable respecto a esta figura. Es, por ende, un ejercicio ontológico pero a su vez político, que tensiona la figura de la investigadora en un nivel ético.
Más información sobre el libro “Sujetos y subjetividades. Aproximaciones empíricas en tiempos actuales”, de Ediciones Universidad Alberto Hurtado.