Phillipe Burgois. Foto: Candace diCarlo
Phillipe Burgois. Foto: Candace diCarlo
La oficina del Censo de Estados Unidos calculó en el 2014 que 45,3 millones de personas son pobres en ese país. Familias completas, en su mayoría latinos inmigrantes, no reciben ayuda del sistema social y es más, los propios vecinos de barrios más acomodados simplemente no los ven.
El antropólogo francés Phillipe Bourgois, profesor de Antropología y Medicina Familiar en la Universidad de Pensilvania, ha publicado numerosos artículos sobre racismo, la extrema pobreza, la importancia del hip hop como un canal de legitimidad latina, drogas, violencia y VIH. Por primera vez en Chile estuvo de visita en la inauguración del año académico del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado y aprovechó la invitación de un grupo de estudiantes para visitar la población La Pintana. Vino a contar su interés por las grandes contradicciones sociales que atacan al Continente y de los restos de la antropología, una de ellas, utilizar la metodología única que permite insertarse en grupos sociales y olfatear en primera persona los conflictos que hacen de esta humanidad una fábrica de dolor y frustración. “Es un privilegio de esta disciplina, meterse en la intimidad de personas que a diario a nadie le interesa”. Conversamos con él de su experiencia más límite de su carrera profesional cuando decidió convivir por cuatro años con los narcotraficantes del barrio más pobre de Manhattan. Quería buscar las razones del apartheid norteamericano y para lograrlo se sumergió en el mercado del crack, conoció a sus habitantes, sus sueños, sus ganas de tener dinero y lo que significa que no sean vistos como uno más en un país rico. Phillipe era un burgués que vivía a sólo seis cuadras de esta población y se dijo: si soy antropólogo por qué no conozco lo que sucede con este grupo humano que vive tan cerca mío.
Convencido que ingresar a estas calles no sería fácil, se tuvo que hacer vecino. Así se trasladó con su mujer e hijo al bajo fondo neoyorquino a investigar lo que más tarde se convertiría en su libro En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem (Ed. Siglo XXI), un éxito de ventas y de curiosidad por el mundo académico de su disciplina. Bourgois explica que una de las razones de su interés y sensibilidad por los marginados se debe a que su padre Philippe fue prisionero en Auschwitz. Según él, el guetto latino de Nueva York y los campos de concentración de la Segunda Guerra comparten la característica de contar con una población civil que asume esos espacios de humillación institucionalizada como si fueran normales. Por tanto su aporte es visibilizarlos, decirles a las autoridades están aquí, les ocurre esto, hagamos algo. Instalado en un departamento de Harlem, sus vecinos lo veían como un bicho raro, “era el único blanco y me decían que hablaba como un conductor de TV”, recuerda. Una vez que se ganó la confianza supo que parte de la violencia era derivada de la frustración de llegar a Estados Unidos en busca del sueño americano, los puertorriqueños quería vivirlo, casi lo exigían. Pero pasaron cosas, una vez que el sistema económico derrumbó la fuente de trabajo de esta población que era un circuito de fábricas, el narcotráfico se convirtió en el gran negocio. El crack en los ochenta, y noventa era un boom, que hizo estallar millones de adolescentes, una tragedia tan parecida como lo que ocurre con la pasta base en las poblaciones chilenas. ¿Pero es la droga el eje de esta realidad? No tanto, es el Estado que los mira como criminales, los encarcela y de ahí el círculo vicioso les imposibilita insertarse en un trabajo legal.
¿Ha regresado a Harlem a ver cómo están sus amigos?
– Sí, hice muchos amigos ahí. Me ha llamado mucho la atención que mis vecinos están en una condición de demencia, los tratan como locos, los efectos de las drogas los tienen como adictos y han estado muchas veces en la cárcel, quizás ahora debería escribir sobre sus nietos.