Fuente: Paula.cl
Elizabeth Lira, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de Chile 2017, Decana de la Facultad de Psicología de la UAH
El lunes 28 de agosto Elizabeth Lira (73), decana de la Facultad de Sicología de la Universidad Alberto Hurtado, estaba dando una de sus clases. Cuando todos en la sala veían un video, sonó su teléfono. Era la ministra de Educación Adriana Delpiano. Como la llamada no agarró bien tuvo que salir al patio para escuchar la noticia: era la nueva Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2017. “Véngase”, le dijo la ministra, y la nueva Premio Nacional se subió al Metro rumbo al Ministerio de Educación, que queda a una estación de distancia de la UAH.
Razones le sobran para este reconocimiento: la sicóloga de la Universidad Católica ha sido consultora para la Unesco y la Unicef; atendió pacientes víctimas de violaciones a los Derechos Humanos en plena dictadura militar; fue miembro del Consejo Nacional de Educación; integró el comité del Bicentenario; declaró como experta en la acusación constitucional contra Pinochet en 1998; fue miembro de la mesa de diálogo (1999-2000); estuvo en las dos comisiones Valech (2003-2005 y 2009-2011).
Libros: 13. Premios: 14. Ahora 15.
A menos de 24 horas de la entrega del reconocimiento, por el que recibirá cerca de $18 millones y una pensión vitalicia mensual de 20 UTM, habla de su trayectoria y de lo que espera para Chile.
¿Es bueno que una mujer haya ganado este premio?
La primera mujer que se lo ganó fue la antropóloga Sonia Montecino en 2013. La filósofa Carla Cordua lo compartió con Roberto Torretti. Yo creo que es bueno que uno, como mujer, se lo haya ganado, porque, en general, hay más hombres que postulan a estos premios. No siempre las mujeres somos elegidas.
¿Cómo fue trabajar en Derechos Humanos en el periodo de la dictadura?
Muy difícil. Yo trabajé desde el año 78, entonces me tocó ver muchas situaciones que afectaban a las familias por la represión, detenciones, torturas y por las amenazas. Cosas muy complejas que hoy día son casi imposibles de imaginar. Es muy difícil tratar a una persona cuando no tiene sus necesidades básicas resueltas y cuando lo que le ha ocurrido le puede volver a pasar. En ese tiempo, como nosotros trabajábamos en el espacio ecuménico de las iglesias teníamos una cierta idea de que estábamos bajo protección. Eso fue respetado, nunca fui detenida por ejercer mi trabajo.
¿Pero trabajaba con miedo?
Sí, a veces. Creo que las situaciones más terribles pasaron cuando algunos pacientes nuestros fueron detenidos. Asesinados. O cuando un compañero de trabajo sufría alguna situación de este tipo.
¿Cuál fue el momento más crítico?
El degollamiento de José Manuel Parada, en 1985. En ese tiempo él colaboraba en la Vicaría de la Solidaridad. No trabajábamos juntos, pero yo lo conocía. El número de gente que participaba en la Vicaría, el FASIC (Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas) y las instituciones de Derechos Humanos era muy poco. Fue muy terrible saber en las condiciones en que murió y todo lo que pasó después. Son cosas que marcan. Pensé si realmente quería y podía seguir trabajando en esto.
Pero siguió…
Me parecía que era necesario hacerlo. Yo tenía una responsabilidad moral con respecto a ese trabajo.
Ver entrevista completa en Paula.cl