Fuente: El Mostrador
Desde el Mundo Antiguo, las mujeres han simbolizado una suerte de trofeo en guerras civiles y saqueos; en el mundo medieval, fueron perseguidas y violentadas cuando ejercían prácticas curativas y exorcizadoras, asociadas a conocimientos vinculados a la brujería. En los regímenes totalitarios, la capacidad reproductiva femenina fue supervisada y normada en virtud de la construcción de nuevos ciudadanos. La investigación histórica cuenta con evidencias de este flagelo que son cada vez más reconocidas.
En la mayoría de los conflictos bélicos, las mujeres son objeto de violaciones y asesinatos. Humillar el cuerpo femenino del enemigo o derechamente, erradicar la posibilidad de reproducir a la población del bando contrario son justificaciones de esta barbarie que padecen comunidades y naciones que la han permitido y promovido.
El debate y condena política a la violencia contra las mujeres es una preocupación mas temprana que el fenómeno mismo en el mundo occidental. Se desarrolla desde la segunda mitad del siglo XX en organismos internacionales y conferencias como, por ejemplo, la Convención Sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación de la Mujer o CEDAW (1979) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer -Convención de Belem do Pará- (1994), dedicadas a este segmento poblacional. El debate ha aportado diagnósticos y un cuestionamiento categórico a esta práctica que, hasta hace en unas décadas, era escasamente visible, se daba por sentada, no se problematizaba, o derechamente era legítima en términos jurídicos. Ciertamente, son los movimientos feministas, la introducción de la perspectiva de género y el enfoque de derechos los que han colaborado a la discusión y condena de esta problemática.