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Juan Loaiza: “Debemos trabajar en la promoción de una ética de responsabilidad”

“La justicia por mano propia es un fenómeno complejo que, si bien puede tener diversas motivaciones, plantea importantes interrogantes éticas y sociales. Desde la perspectiva de la filosofía, es fundamental analizar las raíces y las implicancias de este tipo de comportamiento, así como explorar las posibles formas de abordarlo desde una perspectiva moral y práctica”, escribe Juan Loaiza, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades.

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Fuente: Interferencia

A la vista salta que una de las motivaciones de la justicia por mano propia es la percepción de ineficacia de la autoridad. Cuando los individuos sienten que las instituciones encargadas de impartir justicia no cumplen adecuadamente su función, sienten que tomar la ley en sus propias manos es un acto de justicia. Esta actitud refleja una profunda desconfianza en el sistema establecido y una sensación de impotencia frente a los veredictos. En estos casos, las justificaciones suelen girar en torno a la idea de que no hay otra alternativa viable y que la acción directa es necesaria para hacer valer los derechos y proteger los intereses propios o de la comunidad.

Otra motivación importante es la percepción de autosuficiencia y la creencia de que un grupo es capaz de resolver sus problemas sin depender de la autoridad. Esta visión refleja una confianza excesiva en las capacidades del grupo y puede llevar a una actitud de rechazo hacia cualquier forma de intervención externa. Bajo esta narrativa, la justicia por mano propia se presenta como un acto de empoderamiento y autodeterminación, donde el grupo asume el control de su destino y se erige como el único agente legítimo de resolución de conflictos.

A nivel grupal, los mecanismos psicológicos asociados a la presión grupal y la conformidad pueden jugar un papel significativo en la propagación y legitimación de la justicia por mano propia. La necesidad de pertenecer al grupo y la tendencia a imitar las conductas de los demás pueden llevar a una adopción acrítica de comportamientos violentos o ilegales, creando una dinámica de “mentalidad de manada” donde la razón y la moralidad individual quedan eclipsadas por la influencia del grupo.

Sin embargo, es importante reconocer que este tipo de comportamiento no es inevitable ni incontrolable. Aunque puedan existir impulsos innatos o mecanismos psicológicos que predispongan a ciertas acciones, nuestra capacidad para regular y modificar nuestra conducta es fundamental. Al igual que podemos aprender a controlar nuestras emociones y comportamientos agresivos, también podemos desarrollar estrategias para canalizar nuestras demandas de justicia de manera constructiva y respetuosa.

En última instancia, la prevención y el abordaje de la justicia por mano propia requieren un enfoque integral que combine medidas estructurales y educativas. Es necesario fortalecer las instituciones de justicia, promover una cultura de respeto al Estado de derecho y fomentar el diálogo y la mediación como herramientas para la resolución pacífica de conflictos. Al mismo tiempo, debemos trabajar en la promoción de una ética de responsabilidad individual y colectiva, que reconozca la importancia de la colaboración y el respeto mutuo en la construcción de una sociedad justa y equitativa. Aquí, la filosofía puede desempeñar un papel clave al ofrecer un marco conceptual y ético para reflexionar sobre estos temas y orientar nuestras acciones hacia un mayor entendimiento y convivencia.

Por Juan Loaiza, académico del Departamento de Filosofía, Facultad de Filosofía y Humanidades.

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