Fuente: Ciper
El pasado 28 de mayo, tres Estados europeos (España, Irlanda y Noruega, los dos primeros pertenecientes a la Unión Europea) decidieron dar su reconocimiento oficial al Estado palestino. Fue un gesto de especial simbolismo en el contexto de los incesantes ataques israelíes en la Franja de Gaza, que desde octubre pasado han desatado una catástrofe humanitaria que a la fecha de este escrito ha dejado más de 35.000 muertos palestinos; en una gran proporción, mujeres y niños [ONU 2024].
Durante la década pasada, otros siete Estados de la Unión Europea habían reconocido a Palestina; incluyendo a todos los países de Europa oriental (la ex Checoslovaquia —hoy República Checa y Eslovaquia—, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Polonia) que lo hicieron durante la etapa final de la Guerra Fría, cuando estaban bajo influencia soviética. Se les sumaron más tarde Chipre (en 2011) y Suecia (2014). A la fecha, son 146 los países que reconocen a Palestina como Estado, incluyendo a la mayoría de los de América Latina, Asia y África.
Se resisten a este reconocimiento, entre otros, Estados Unidos, Canadá, Australia y la mayoría de los países de la Unión Europea.
Por eso, el reciente reconocimiento del gobierno de España ha sido definido como un hito; un paso «hacia la paz, la solidaridad, el compromiso y la confianza en la humanidad», en palabras del ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares. Similares declaraciones de concordia han tenido el primer ministro de Irlanda, Simon Harris, y el ministro de Asuntos Exteriores de Noruega, Espen Barth. Sin embargo, se trata de intenciones que no parecieran tener un efecto profundo para un avance hacia la paz comprehensiva que se requiere para la solución del conflicto israelí-palestino. Más bien implican ciertas formalidades, como el establecimiento de relaciones diplomáticas y, por lo tanto, la apertura de embajadas en Ramala, sede de la Autoridad Nacional Palestina, y en las capitales respectivas de los países que la reconocen.