Fuente: La Tercera
Pablo Ortúzar en su columna del día 26/05, titulada “Academia sin parodias”, levanta la pregunta fundamental por los estándares de conocimiento de las humanidades y ciencias sociales. Esta pregunta nos interpela particularmente como universidad, que ha cultivado estas áreas del saber preferentemente. La diseminación de la desconfianza en la ciencia ha sido un instrumento poderoso para la instalación de agendas corporativas, lo que queda bien ilustrado en el libro de Naomi Oreskes, Why trust science? El éxito de esta tarea debe preocuparnos, pues el conocimiento científico de las distintas áreas del quehacer es un activo fundamental para democracias que aspiran a ofrecer soluciones de calidad a sus problemas, y hacerlos de manera cohesionada y pacífica. Por eso debemos enfrentar este debate seriamente y basados en evidencia.
La columna plantea que, a diferencia de las ciencias naturales y exactas, las ciencias sociales y humanidades carecen de estándares y metodologías validadas y comunes (siguiendo una combinación de A. Compte y T. Kuhn). El problema es que, tal y como argumenta Oreskes, los métodos de investigación en sí mismos no son los criterios que definen la calidad del conocimiento científico.
Es la gobernanza propia de la ciencia, basada en sistemas de revisión crítica de pares a distinto nivel (publicaciones, procesos de categorización académica, adjudicación de fondos para investigar, entre otros), la que establece la calidad de una pieza de conocimiento y su posibilidad de establecerse como un consenso científico. Requisitos fundamentales para que estos sistemas de gobernanza funcionen, y nos permitan confiar en la ciencia que se produce, es la diversidad epistémica de estos cuerpos colegiados, la posibilidad del disenso y funcionamiento de múltiples perspectivas y, a través de estos, la limitación de sesgos ideológicos, políticos o de otro tipo.
Por Antonia Larrain, vicerrectora de Investigación y Postgrado Universidad Alberto Hurtado.