Fuente: Observatorio Económico
En los años 60, los economistas de Chicago decidieron dejar de proteger a la industria doméstica, reduciendo drásticamente los aranceles y liberalizando todos los precios de la economía. El resultado fue avasallador, cientos de empresas cerraron, perdiéndose miles de empleos, capital y sobre todo conocimiento para producir bienes. La economía tomó otro rumbo y, después de la crisis de la deuda externa de los 80, resurgió otra industria basada en recursos naturales y orientada al sector exportador y servicios.
Nuevos productos dominaron la economía chilena: vinos, salmones, frutas, harina de pescado y —naturalmente— cobre. El objetivo de la economía no era ya el mercado doméstico sino competir en los mercados internacionales. El resto de la economía, por ejemplo, el de servicios, pasó a manos de conglomerados extranjeros en forma completa o parte de ellos (generación de electricidad, distribución de esta, producción de agua, carreteras, telefonía, etc.). Carreras como ingeniería textil, ferroviaria, química, mecánica, etc., quedaron sin mercado, apareciendo otras que potenciaban más el área comercial y financiera de las empresas, como ingeniería comercial e industrial.
Algo similar ocurrió en otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos llegó Roland Regan a la presidencia y con él la ola libremercadista de Chicago y otras universidades conservadoras, todas defensoras del libre mercado y enemigas acérrimas del Estado. Las soluciones de crecimiento pasaban por reducir el Estado y liberalizar todos los mercados. Una de las industrias afectadas fue la construcción de buques para el comercio internacional. Así, Estados Unidos pasó de ser un país dominante a uno marginal en la construcción de estos buques de carga; obviamente no solo se perdió el capital físico, sino los trabajadores e ingenieros que eran capaces de construir un barco diseñado para el comercio, concentrándose solo en buques de guerra.
Por Carlos García, Ph. D. en Economía y académico FEN UAH.