Fuente: El Mostrador
El orden internacional diseñado y construido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha resultado, a todas luces, imperfecto e injusto. Hablando de esa imperfección e injusticia en Medio Oriente, Norte de África y Cáucaso, la mejor prueba es la falta de solución viable para palestinos, kurdos, chechenos, saharauis, circasianos, yazidíes, Ahwaz, armenios de Nagorno Karabaj, hazaras, baluches, talishes, abjasos, por solo mencionar algunos ejemplos de naciones que no han podido materializar un Estado propio o, por lo menos, tener autonomías viables y reales.
A esas naciones sin Estado ni autonomía real se suma una serie de Estados nación fallidos a lo largo y ancho del Norte de África, Medio Oriente y Cáucaso. Las evidentes fallas estructurales y fundacionales de países como Irak, Siria, Yemen y Libia se añaden a las enormes dificultades en la gobernabilidad y cohesión social de países como Jordania, Egipto, Argelia, Georgia, sin olvidar la represión, discriminación y colonialismo de estados como Turquía, la teocracia iraní, las monarquías antidemocráticas árabes del golfo, Azerbaiyán y la trágica paradoja israelí de ser un Estado democrático, pero que ha prolongado demasiado tiempo una ocupación injusta y muchas veces cruel en territorios palestinos.
Sin embargo, por más imperfecto e injusto que sea ese orden internacional, hay que recordar que ese mismo orden contiene elementos legales, diplomáticos e institucionales suficientes para, con buena fe, creatividad e imaginación política, ir resolviendo tanto las válidas demandas de esas naciones como las fallas de los Estados del Medio Oriente, Norte de África y Cáucaso…
Ver columna completa