Fuente: El Mostrador
A 50 años del golpe militar, se vuelve un deber moral recorrer algunas rutas olvidadas, desteñidas por el tiempo y tergiversadas por el populismo. Es importante hacer visibles esos olvidos conscientes que pretenden desestimar el peso ético y humano de la memoria. Son esos olvidos los que trasgreden los derechos fundamentales de manera violenta, buscando evadir y/o encubrir aquella verdad conocida, pero que incomoda y a la que se le teme, porque, de aceptarla, se debe reconocer la dimensión de las atrocidades y con ello condenarlas o permanecer en una posición de cómplices.
Evidentemente, es menos incómodo para algunos(as) negar la historia, negar el desarraigo de los afectos y los impactos personales y sociales del exilio; negar el desgarro de cuerpos y mentes en la tortura; negar el dolor de quienes desaparecieron y el de sus familias que han buscado por años la verdad de lo ocurrido.
Pero desconocer estos hechos probados por la justicia y definidos como crímenes de lesa humanidad –antihumanos, antidemocráticos y genocidas–, trae consecuencias para un país completo en el que se corre el riego de naturalizar estás prácticas. La maniobra del negacionismo y el cuestionamiento de la memoria, al negar la historia acepta la violencia, la tortura, la desaparición y el exilio…
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