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Un desafío que debe afrontar la democracia chilena: disputar, en el plano de los afectos, el orgullo, y desplazar su eje hacia un sentido colectivo y abierto. Pablo Toro-Blanco, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
Fuente: El País
Hace pocos días se ha dado a conocer el informe de resultados de la Encuesta Chile Dice, organizada por la Universidad Alberto Hurtado y Criteria. La versión de este año se ha orientado a dar cuenta de imaginarios ciudadanos sobre la democracia en Chile, en sintonía con la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado y algunos signos preocupantes de avance de visiones autoritarias en el país. El estudio arroja resultados de dulce y de agraz. Por una parte, se aprecia que la ciudadanía sostiene, en general, una amplia preferencia por la democracia. Así, un 81% considera que es bueno o muy bueno tener un sistema democrático en nuestro país y un 71% apoya la existencia de acciones estatales que promuevan garantías sociales tendientes a la equidad. Sin embargo, también se presentan algunos índices no tan halagüeños. Por ejemplo, más de un cuarto de las y los entrevistados señalan estar de acuerdo con que “en algunas circunstancias, un Gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático” o que “a la gente como uno le da lo mismo un régimen democrático que uno autoritario”.
Una de las preguntas que busca dar cuenta de la evaluación que tienen las y los encuestados sobre la democracia en Chile es: “¿Hasta qué punto se siente usted orgulloso del sistema político de Chile?”. Resulta interesante hacer un par de comentarios al respecto. Según la primera acepción del diccionario de la RAE, el orgullo consiste en un “sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida”. Parece ser, entonces, un afecto favorable y propicio, que podríamos vincular, tanto en el plano individual como colectivo, con la noción contemporánea de autoestima. Sin embargo, nuestro sentido común y el uso cotidiano del término nos lleva a notar que el orgullo implica también una disposición afectiva que suele presentar una cierta ambivalencia, si se lo entiende desde una perspectiva normativa o moral…
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