Por Luis Cornejo
Arqueólogo, académico del Departamento de Antropología UAH.
Fuente: Qué Pasa – La Tercera
Los recientes hallazgos arqueológicos y paleontológicos en lo que alguna vez fue la rivera de la laguna de Taguatagua ratifican su importancia para la historia humana de Chile. Si bien las noticias de restos de fauna pleistocénica extinta en el lugar, especialmente gonfoterio, previamente clasificados como mastodontes y caballos americanos, se tienen desde finales del siglo XIX, lo que llamó la atención de algunos de los más destacados investigadores de la época como Claudio Gay e Ignacio Domeyko fueron los estudios realizados durante la década de los 60 del siglo pasado por el arqueólogo Julio Montané.
Estos señalaron que en el sitio no había solo restos de antiguos animales, sino que con ellos se encontraban evidencias de la presencia de los primeros seres humanos que habitaron el Centro de Chile. Estas investigaciones de Montané fueron también pioneras en Chile y en Latinoamérica en el uso de la técnica de radiocarbono para determinar la edad de los restos arqueológicos. Resultó que estas evidencias tenían más de 11.000 años de antigüedad, fecha que por mucho tiempo fue la más antigua de la historia humana en Chile.
Luego en la década de los 90 comenzaron los estudios encabezados por el arqueólogo Lautaro Núñez junto a un equipo multidisciplinario que incluyó al paleontólogo Rodolfo Casamiquela y a la paleobotánica Carolina Villagrán. Ellos ratificaron la presencia en el lugar de puntas talladas en cuarzo, utilizadas en la cacería de la fauna extinta. A la vez, de manera extraordinaria, se rescató la primera evidencia de arte humano en Chile en la forma de un trozo de marfil de gonfoterio neonato destinado al enmangue de la punta de cuarzo de un astil utilizado para la caza y que presenta en uno de sus extremos un diseño geométrico tallado. Esto generó las bases para comenzar a entender más detalladamente como ocurrieron los cambios ambientales que se dieron en la transición entre al pleistoceno y el holoceno.
Luego de esa transición, de hecho, el lugar fue profusamente habitado por cazadores y recolectores de fauna y flora como las actuales especies nativas de este territorio. Esto quedó demostrado ya en las primeras excavaciones de Taguatagua con los estudios de la arqueóloga Eliana Durán, pero especialmente por los estudios realizados en Cuchipuy en la década de los 80. Este sitio ubicado en lo que fue la rivera de la antigua laguna fue estudiado por el antropólogo físico Juan Munizaga y por los arqueólogos Jorge Kaltwasser y Jorge Medina, revelándose la presencia de un extenso cementerio donde las personas fueron recurrentemente enterradas desde unos 8.000 a cerca de 1.000 años a.P. Luego los estudios encabezados por el arqueólogo Donald Jackson y el antropólogo físico Eugenio Aspillaga, llevados a cabo a partir de 2010, apuntaron a que el sitio no era únicamente un cementerio, sino que también un lugar donde estos antiguos habitantes de la laguna vivieron.
Hoy es el momento de otro equipo multidisciplinario encabezado por el arqueólogo Rafael Labarca y que incluye al paleontólogo Erwin González, a la paleoecóloga Natalia Villavicencio y a una serie de otros investigadores que han ampliado las fronteras en base a preguntas nuevas y a una batería de métodos y técnicas actuales. De sus investigaciones probablemente podremos aprender cómo estos primeros chilenos vivieron en medio de un cambio climático global y que extinguió a una parte importante de la flora y la fauna del pleistoceno. Se podrá mirar con detención qué ocurrió a la sociedad y cultura humana con dicho cambio, pero también cómo estos primeros chilenos fueron parte de los agentes que precipitaron el cambio.
No obstante, los hallazgos de Taguatagua no solo han resultado importantes para la ciencia e historia de Chile, sino que de manera extraordinaria se han convertido en importantes para la comunidad actual de personas que viven en el lugar, lo que probablemente es uno de los resultados más significativos de estas investigaciones arqueológicas y paleontológicas. Los gonfoterios se han convertido en parte de la identidad de la comuna de San Vicente de Taguatagua y de sus habitantes, existiendo incluso en la Plaza de Armas de la ciudad una estatua que conmemora a estos animales. Esto ha significado el surgimiento de una mirada local sobre cuál es su patrimonio y cómo conversa con los actuales habitantes del entorno de la antigua laguna de Taguatagua.
Pese a todo, estos avances hechos en los últimos años por la ciencia, y el fervor patrimonial que dicho conocimiento ha levantado entre los actuales pobladores del área, no han estado acompañados del apoyo o reconocimiento necesario por parte del Estado, lamentablemente. Los arqueólogos y otros investigadores que trabajan en el lugar, al igual que aquellos que lo hacen en otros importantes sitios que retienen la historia antigua de Chile, deben batallar por conseguir fondos para la investigación, enfrentándose a solo un 20% o 30% de posibilidades de lograrlo. A la vez, la primera evidencia de arte chileno yace guardada en un depósito y no está expuesto en un sitio de privilegio donde pueda ser visto por el público ni tampoco existe una protección patrimonial integral del área donde se han realizado estos hallazgos de importantes trozos de la historia de Chile.