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Reflexiones en torno a un nuevo pacto social

Nuevos símbolos que nos permitan reconocernos, una mejor distribución del poder, volver a confiar en las instituciones y seguir sanando las heridas del pasado: tareas importantes para recuperar nuestra capacidad de acción como sociedad.

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Una de las características más definitorias de lo humano es la capacidad de actuar tanto personal como colectiva.
La acción personal permite la comunicación y la posibilidad de construir una vida. La acción colectiva hace posible la
comunidad y la convivencia. Una lectura posible del momento actual del país es que vivimos tiempos de impotencia. Una impotencia personal en todos aquellos que sienten que no es posible desarrollar sus vidas de la manera que quisieran, ya sea por limitaciones personales o por falta de oportunidades. Pero, sobre todo, experimentamos una cierta impotencia social. Nuestra capacidad de construir acuerdos, de sentirnos reconocidos en normas sociales respetadas y vinculantes para todos, y de mirar al pasado y al futuro con un diagnóstico relativamente común, se ha vuelto particularmente difícil.

Si la situación actual se puede mirar desde una cierta impotencia colectiva, entonces vale la pena detenernos en la acción humana y preguntarnos qué la hace frágil y qué la vuelve posible. La impotencia social que experimentamos se puede explicar a partir de ciertas fragilidades propias de la acción que, en el momento actual de nuestro país, se han vuelto particularmente patentes. La reflexión sobre dichas fragilidades nos puede ayudar a pensar modos de ir superando las impotencias que nos aquejan.

LA IMPOTENCIA SIMBÓLICA

En Chile vivimos, en primer lugar, una cierta impotencia simbólica, marcada por la dificultad de grupos de encontrar recursos simbólicos para articular su acción. Por ejemplo, el mundo indígena no se siente reconocido en aspectos de la cultura chilena y grupos importantes de jóvenes se sienten excluidos del sistema al no lograr reconocerse en los códigos dominantes. Si bien es cierto que vivimos en una sociedad pluralista, los códigos de reconocimiento son muy monolíticos y transitan por una estrecha senda monopolizada por ciertos modelos de éxito y eficiencia. Entonces, muchos se sienten literalmente impotentes, incapaces de actuar efectivamente en un universo simbólico que les es extraño.

Esta impotencia simbólica se puede explicar como una expresión de la fragilidad simbólica de toda acción. Como muchos fenómenos en la vida, nos cuesta tomar conciencia de la complejidad de la acción. Ella parece estar hecha de una textura física: caminamos, saludamos, corremos. Pero no cabe duda de que la acción es mucho más que un movimiento físico. Si nos detenemos en algo tan simple como el hecho de saludar, veremos que la acción no se puede explicar sin aludir a su estructura simbólica. De esa manera, el alzar el brazo puede ser interpretado como saludar, votar o parar un taxi, dependiendo del contexto y de los códigos culturales en los que dicho movimiento se desenvuelve. Si le quitamos a la acción sus significados culturales, nos quedamos con un movimiento vacío.
Sin una red simbólica, no hay acción humana. Esta naturaleza simbólica, al mismo tiempo que hace posible la acción, la vuelve frágil. Para actuar es necesario tener competencias simbólicas, es decir, conocer los códigos de una determinada sociedad. Los códigos culturales, en general, son manejados por los grupos dominantes. Entonces, difícilmente podrán participar de dichos códigos quienes estén marginados. Su universo simbólico probablemente será minusvalorado, silenciado o incomprendido, como sucede en Chile con numerosos grupos que se sienten impotentes y excluidos de la esfera de las decisiones… Ver artículo completo

Sebastián Kaufmann Salinas
Doctor en Filosofía, Vicerrector de Integración, Universidad Alberto Hurtado

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