Las crisis sociales se producen cuando las instituciones se vuelven ciegas a los cambios que se generan en sus entornos, respondiendo a las necesidades de las personas con fórmulas obsoletas que no se ajustan a las características actuales de la sociedad. Tres etapas permiten describir su comportamiento: incubación, propagación y reestabilización. Durante la incubación los perjuicios producidos por el mal funcionamiento de las instituciones aún no son completamente visibles, dado que son iniciales y afectan a grupos reducidos de personas. La propagación se produce cuando observamos un punto de inflexión en la magnitud de los perjuicios, dado que estos se generalizan y se comunican a través de diversos mecanismos: conversaciones cotidianas, redes sociales, movilizaciones, entre otras. Lo que está ocurriendo hoy en Chile es una crisis en plena etapa de propagación; una crisis generalizada en tanto da cuenta del mal funcionamiento de múltiples instituciones tanto públicas como privadas; una crisis que comunica el profundo daño generado por las fallas del sistema y que se manifiesta en empobrecimiento, exclusión y una cotidiana e intolerable incerteza sobre el futuro. La demanda por un cambio sustantivo en las formas de operar de nuestras instituciones está en boca de todas y todos, en nuestras conversaciones del día a día, en lo que comunicamos a través de nuestras redes sociales, en las pancartas de las marchas, en el ruido de las cacerolas. Entonces ¿Cómo pasar a la etapa de reestabilización?
La reestabilización se logra ya sea dejando que las instituciones aprendan solas que deben introducir cambios en sus formas de funcionamiento – lo que claramente puede tardar y tiempo no hay – o interviniendo la crisis con mitigaciones y reformas. Medidas de mitigación son necesarias para recuperar un grado básico de seguridad que nos permita sentar las bases para el desarrollo reflexivo de reformas sustantivas que permitan que las instituciones se adecuen a las reales necesidades de las personas. Avanzar a la reestabilización no es simple, dado que requiere que las instituciones y especialmente el sistema político – encargado de la instauración de reformas – deje de responder con mas de lo mismo y se abra a entender y aprender lo que ocurre en su entorno social. ¿Cómo lograr que ese aprendizaje se produzca?
La política solo entiende su propio lenguaje. Los actores políticos buscan hablar con actores políticos que bajo sus mismos códigos les comuniquen qué es lo que está ocurriendo en el país. Lo que ocurre, sin embargo, se está comunicando en códigos completamente diferentes, desde la frustración y la rabia generada por los daños de la crisis, un leguaje que parece incomprensible para quienes se niegan a aprender. Para que la política entienda debemos hablarle en clave política, debemos traducir nuestro descontento en las peras y manzanas verdes, rojas y amarillas que son capaces de reconocer. Para ello se requiere organizar y coordinar nuestras conversaciones, nuestros posteos en las redes, nuestras pancartas en las marchas; se requiere hacerles entender que sabemos que las reformas tienen su tiempo y que es imperante que comiencen; se requiere demostrarles que es en los diversos movimientos sociales donde pueden encontrar la vocería que buscan y no entre sus opositores políticos; se requiere hacerles ver que las crisis son oportunidades de transformación y que transformación significa que no queremos mas de lo mismo.
Gabriela Azócar de la Cruz
Doctora en Sociología
Académica del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Alberto Hurtado