Señor Director:
En estos días el mundo de las ciencias sociales ha fluctuado básicamente entre dos posiciones: ‘Esto no lo vimos venir’ y ‘Esto lo sabíamos, pero no supimos transmitirlo’. El llamado estallido social, producto de la injusticia y la desigualdad, explotó como una bomba sin anuncio. Las ciencias sociales están lejos de ser exactas, su belleza radica justamente en la capacidad de producir explicaciones complejas y esto solo podemos hacerlo si integramos múltiples perspectivas.
La academia es un grupo privilegiado tremendamente homogéneo en términos de sexo, raza y clase social. Un punto de vista prima por sobre los demás y no es particularmente sensible a la diferencia o la desigualdad. Como académicas lo vivimos en carne propia cuando el año pasado levantamos las demandas hacia nuestros colegas y autoridades; hasta la fecha la mayoría de las universidades se han quedado en la declaración de buenas intenciones, sin cambios en el modo de distribuir el trabajo, los recursos y el reconocimiento.
Esto no es únicamente un problema de autoridad moral; es decir, que se requiere de la capacidad de integrar la diferencia en la academia para condenarla en el resto de la sociedad, sino científico. Sabemos que las mujeres tenemos otra perspectiva. La evidencia muestra que integrar mujeres en el espacio de decisión política produce programas más sensibles a distintas necesidades, a nivel científico introduce asuntos que son ciegos desde otras perspectivas.
Historiadores e historiadoras muestran que la sociedad chilena arriba a este punto cada cierto tiempo, un asunto común a estas situaciones ‘de excepción’ es que son mayoritariamente hombres de élite pensando y resolviendo. Es necio seguir intentando la misma solución, seguir conversando entre los mismos y consultando a los de siempre (la ‘cumbre intelectual’ fue un vergonzoso ejemplo de esto). Se necesita la perspectiva de más actores, de la mayor diversidad posible. Empezar por las mujeres, que somos solo la mitad de la población, es un primer paso simple y necesario.
María Alejandra Energici, académica Facultad de Psicología